Sería maravilloso que en la vida todo fluyera como, por poner un ejemplo, cuando de camino al trabajo, no encuentras tráfico, todos los semáforos están en verde y llegas con tiempo de sobra para tomarte un café. Pero seamos sinceros… ¿Cuándo fue la última vez que te pasó algo así?
A mí me ocurrió el otro día y me hizo reflexionar. Mañanas así dejan una sensación de ligereza y alegría, como si todo encajara sin esfuerzo. Pero, siendo realistas, no es lo habitual.
Entonces, cuando ocurre lo contrario, ¿qué hacemos? Sabemos que la vida no es un camino de rosas. A veces nos encontramos con situaciones difíciles que despiertan miedo, ira o tristeza. En realidad, ni siquiera hace falta que sean grandes dificultades; basta con que las cosas no salgan como esperamos o nos generen incomodidad.
Y ante esto, nuestro mecanismo habitual suele ser resistirnos. Rechazamos lo que nos desagrada, deseamos que la realidad sea diferente y, además, nos frustramos, nos enfadamos o nos entristecemos.
Vimos durante el mes pasado como la práctica de mindfulness nos permite estar más presentes y al mismo tiempo cultivamos una actitud de aceptación hacia lo que experimentamos en ese momento presente.
Muchas veces confundimos aceptar con rendirse. Creemos que aceptar una situación significa quedarnos de brazos cruzados, como si fuera una derrota. Pero la aceptación no tiene nada que ver con la pasividad. Más bien, es lo contrario: aceptar es el primer paso para poder actuar con claridad y responder de una manera más consciente a lo que la vida nos trae.
La resistencia genera sufrimiento
Cuando nos resistimos a lo que está ocurriendo, gastamos energía luchando contra la realidad. Queremos que las cosas sean diferentes y nos quedamos atrapad@s en pensamientos del tipo: “esto no debería estar pasando”, “esto es injusto”, “no puede estar pasando esto”. Pero esta resistencia no cambia la situación, solo nos hace sufrir más.
Ya nos lo advierte el maestro Frank Ostaseski, “siempre que discutimos con la realidad, perdemos.”
O como bien dice la conocida frase: “Aquello a lo que te resistes, persiste”. Cuanto más luchamos contra nuestras emociones difíciles, más se intensifican. Es como echar leña al fuego.
El maestro de meditación Shinzen Young lo resume en la siguiente fórmula:
Sufrimiento = Dolor x Resistencia
El dolor forma parte de la vida y no siempre podemos evitarlo. Sin embargo, el sufrimiento surge de nuestra lucha interna contra ese dolor. Cuando nos resistimos y peleamos con la realidad, solo aumentamos nuestro malestar.
Aceptar no significa que estemos de acuerdo con lo que sucede ni que renunciemos a cambiarlo. Significa reconocer lo que es, sin negarlo ni rechazarlo, y desde ahí decidir cómo queremos responder.
¿De qué forma podemos saber si nos estamos resistiendo?
Podemos detectarla a través de diferentes señales:
- Físicas: tensión muscular en el pecho, los hombros o el abdomen.
- Emocionales: irritabilidad, enfado frecuente.
- Mentales: rumiación excesiva, preocupaciones constantes.
- Conductuales: trabajar en exceso, comer o beber compulsivamente, navegar sin rumbo en redes sociales, postergar actividades importantes.
Otra forma de resistencia es la negación: ignorar un problema con la esperanza de que desaparezca. Sin embargo, está demostrado que reprimir pensamientos o emociones solo los fortalece y nos impide verlos con claridad y compasión
Apertura a todas las posibilidades
La aceptación nos permite soltar la rigidez de nuestras expectativas y abrirnos a lo inesperado. Muchas veces nos aferramos a una sola forma en la que creemos que las cosas deberían ser, y cuando no sucede así, nos frustramos. Pero cuando aceptamos, nos damos la oportunidad de ver más allá.
Estar abiertos a todas las posibilidades no significa que todo nos vaya a gustar, pero sí que nos damos espacio para explorar nuevas maneras de afrontar las circunstancias. Quizás no podamos cambiar lo que está ocurriendo, pero sí podemos elegir cómo queremos vivirlo.
Las fases de la aceptación
No se trata de forzar la aceptación, sino de familiarizarnos con este proceso poco a poco, sin prisa y con amabilidad hacia nosotros mismos.
Como explica Christopher Germer, la aceptación se da en fases:
- Resistir: Luchar contra lo que aparece. («¡No quiero esto!»)
- Explorar: Acercarnos con curiosidad. («¿Qué estoy sintiendo?»)
- Tolerar: Soportarlo con seguridad. («No me gusta, pero puedo sostenerlo.»)
- Permitir: Hacer espacio para lo que surge. («Puedo estar con esto sin luchar contra ello.»)
- Hacerse amigo de la experiencia: Aprender de ella. («¿Qué puedo descubrir aquí?»)
Cada persona recorre este camino a su propio ritmo. Habrá situaciones en las que podamos llegar hasta la última fase y otras en las que sólo logremos explorar lo que sentimos, y eso está bien. Lo importante es avanzar sin forzarnos, con amabilidad y cuidado.
Una respuesta adecuada a la vida
Cuando aceptamos y nos abrimos, dejamos de reaccionar impulsivamente y comenzamos a responder con mayor sabiduría. En lugar de actuar desde la negación, la rabia o la desesperación, podemos tomar decisiones más alineadas con nuestras necesidades y valores.
La vida es cambio constante. Resistirnos a ello solo nos atrapa en el sufrimiento. Pero cuando aprendemos a aceptar, nos damos la oportunidad de vivir con mayor paz, claridad y libertad.
Aceptar no es rendirse. Es aprender a fluir con la vida, en lugar de luchar contra ella.
En Conclusión, aceptar la realidad tal como se presenta es desafiante, pero también liberador. Nos permite soltar el sufrimiento innecesario y responder con mayor calma y claridad.