Puede que al pensar en equilibrio te venga a la mente la idea de un estado ideal de paz e imperturbabilidad, que se alcanza y se mantiene en el tiempo. Sin embargo, el equilibrio real, el que necesitamos en la vida cotidiana, y más aún si trabajas en el entorno sanitario, es un proceso dinámico. No se trata de estar bien todo el tiempo, sino de poder conectar con un espacio interno estable al que volver cuando hay mucho “movimiento” fuera.
Una imagen muy clara es la del bambú, que a pesar de ser bamboleado por el viento de un lado a otro siempre vuelve a su centro, gracias a la firmeza de su tronco.
Al hablar de equilibrio, me refiero a una estabilidad que se puede manifestar en diferentes áreas:
- En cómo nos relacionamos con nuestras emociones: sin negarlas, pero sin que nos dominen.
- En el balance entre acción y pausa, aprendiendo que parar también es parte del cuidado, aunque a veces tengamos la sensación de dejar de ser productivos si no estamos haciendo algo.
- En el dar y el recibir: reconociendo nuestras propias necesidades, abriéndonos a pedir apoyo sin sentir culpa ni vergüenza, algo que hemos explorado durante las prácticas este mes que nos cuesta especialmente a los sanitarios. Recuerda que pedir ayuda también es una forma de equilibrar nuestras relaciones con los demás, permitiendo que otros también den y cuiden y dándoles así una muestra de nuestra confianza hacia ellos.
- En la forma de vincularnos con los demás: poniendo equilibrio entre presencia, escucha y límites.
Para cultivar este equilibrio interno nos servimos de la ecuanimidad, que puede entenderse como la capacidad de mantenerse en el centro de una experiencia y observarla desde cierta distancia, como si fuéramos espectadores.
Pero esa distancia no implica indiferencia o frialdad, es más bien una presencia serena que nos permite estar con lo que hay (sea lo que sea, lo agradable y lo difícil) sin dejarnos arrastrar por ello.
La ecuanimidad nos permite no aferrarnos a lo agradable y no resistirnos a lo desagradable, nos permite ver las cosas tal y como son con claridad y espacio para poder responder en lugar de reaccionar automáticamente.
Y esto, para quienes están al cuidado de otras personas, es vital.
Ya que si no hay equilibrio entre lo que damos y recibimos, el desgaste es inevitable. Aparece el agotamiento, la desmotivación, el resentimiento, la sensación de estar solo tirando del carro.
Y además en un entorno donde lo habitual es relacionarnos con el malestar, el dolor y la queja, la compasión hacia otros sin ecuanimidad nos puede desestabilizar, nos podemos sentir abrumados con el sufrimiento ajeno. Pero con ecuanimidad, podemos mirar esa experiencia sin perdernos en ella.
Así pues, la ecuanimidad sostiene la compasión y evita que se transforme en lástima, preocupación excesiva o un impulso desmedido por solucionarlo todo.
Como muchas otras cualidades de la mente y del corazón, la ecuanimidad puede cultivarse a través de la meditación. Pero también se entrena en la vida cotidiana, en los momentos en que no estamos practicando formalmente.
En cambio, perdemos la ecuanimidad cuando algo nos saca de nuestro centro. Cuando nos dejamos arrastrar por la ansiedad, la preocupación, la ira, la tristeza… o incluso cuando por el entusiasmo o el deseo, se tambalea nuestra estabilidad interior.
En esos momentos de agitación interna, la ecuanimidad es la cualidad que puede ayudarnos a recuperar el equilibrio.
Pema Chodron nos recuerda que “para cultivar la ecuanimidad, practicamos el ser conscientes de cuando sentimos atracción o rechazo, antes de que se convierta en aferramiento o resistencia”.
Algunas formas sencillas de practicar la ecuanimidad:
1. Pausas conscientes
Tomarte unos segundos para detenerte, respirar y observar cómo estás:
¿Qué estoy sintiendo ahora? ¿Puedo observarlo sin engancharme?
2. Observar sin juzgar
Practicar la atención plena al momento presente, dejando que las experiencias vengan y se vayan, sin aferrarte ni rechazarlas.
Como si fueras el cielo y tus emociones fueran nubes pasajeras.
3. Recordar que todo cambia
Nada es permanente: ni lo que te gusta ni lo que te incomoda.
Repetirte mentalmente: “Esto también pasará” puede ayudarte a mantenerte estable.
4. Ampliar la perspectiva
Cuando te sientas atrapado en una emoción o conflicto, intenta hacer zoom out.
¿Cómo vería esto dentro de una semana? ¿Y dentro de un año?
5. Hablarte con amabilidad
En vez de criticarte cuando pierdes el equilibrio, reconoce lo difícil del momento con autocompasión. Por ejemplo, “Es humano sentirse así. Estoy haciendo lo mejor que puedo.”
Cultivar el equilibrio es un camino.
Una práctica.
Un recordatorio constante de volver a ti, una y otra vez.
Este mes lo hemos estado explorando en nuestras prácticas semanales, y si te has perdido alguna o quieres profundizar más puedes acceder a ellas aquí.
También te recuerdo que tienes disponible la masterclass gratuita donde hablamos de las claves del autocuidado en profesionales de la salud y cómo empezar a cultivarlo.
Y si sientes que ha llegado el momento de priorizarte, te invito a conocer el Programa de Autocuidado para Profesionales de la Salud (PAPS). Un espacio seguro para aprender, compartir y volver a conectar contigo mismo, con la ayuda del mindfulness, la autocompasión y la comunicación consciente.
Porque no se trata de hacerlo perfecto.
Se trata de no hacerlo solo.
¿Lo hacemos juntos?